martes, 22 de septiembre de 2009

SICAV, un ¿mal? necesario...

En los últimos meses asistimos a un debate interesante respecto al rumbo que ha de tomar la política ecónomica en nuestro país y en un entorno tan complicado como es el actual. Dentro de este debate, sobresale, desde un punto de vista bancario, el aspecto de la tributación de las SICAV.

Ningún ecónomista discute que los impuestos directos son más "justos" desde un punto de vista social que los indirectos, ya que con los primeros paga más quien más gana. Por tanto, con una subida de impuestos a la vista, lo justo sería que dicha subida afectase más a los más ricos. Y es en este punto donde aparecen las SICAV (acrónimo de Sociedad de Inversión de Capital Variable).

Una SICAV no deja de ser un fondo de inversión hecho a la medida de un gran patrimonio, aunque con ciertas limitaciones. Para poder constituir una es necesario tener un mínimo de 2,4 millones de euros y, así mismo, debe de existir un mínimo de 100 accionistas. Para una gran fortuna, el primer requisito no es ningún problema. El segundo requisito puede ser más complicado, aunque si uno no tiene 100 familiares o amigos que quieran meterse en esta aventura inversora siempre puede pedirle consejo a la entidad gestora para que encuentre alguna alma caritativa dispuesta a aportar su nombre y un capital ínfimo para que la sociedad salga adelante. Y todo esto, ¿para qué?

Pues simple y llanamente para diferir y reducir a su mínima expresión el pago de impuestos. El funcionamiento en este setido es muy simple. Como cualquier Institución de Inversión Colectiva (IIC), las SICAV sólo paga un 1% de los beneficios que genera y los accionistas de estas IIC pagan en su IRPF un 18% de los rendimientos obtenidos siempre y cuando se vendan las participaciones. Simple y llanamente. A modo de ejemplo, cualquier ciudadano sujeto al pago del IRPF pagará un 18% de los rendimientos obtenidos en instrumentos de ahorro (cuentas, depósitos, cupones de bonos, venta de participaciones en fondos de inversión, acciones o instrumentos de renta fija, etc.), mientras que el propietario de la SICAV sólo pagará un 1% de sus beneficios, ya que estas inversiones se realizaran a través de la sociedad. Es decir, con una buena planificación los propietarios de las SICAV pagarían ese 18% dentro de unas cuantas decadas...Y, entonces, ¿por qué el gobierno permite esta aberración fiscal?

Pues, simple y llanamente, porque vale más recaudar sólo un 1% del beneficio de todas estas grandes fortunas que no recaudar nada, ya que en el momento en el que el gobierno aumente la carga tributaria de estas sociedades los dueños no creo que se lo piensen dos veces: trasladarán sus sociedades, y con ellas sus fortunas, a cualquier paraíso fiscal que les dé la bienvenida. Y, cosas de la vida, en la zona Euro (si hablamos de Europa hay unos cuantos más) hay dos, Irlanda y, sobre todo, Luxemburgo, por lo que nadie podría ponerles el más mínimo problema, en virtud del libre movimiento de capitales dentro de la UE.

Por tanto, y en mi modesta opinión, el problema ético que representan las SICAV, para un gobierno dispuesto a subir los impuestos en un momento de crisis como el actual, seguirá manteniéndose en tanto no exista un consenso mundial para la eliminación total y absoluta de los paraísos fiscales. Y esta situación, en mi modesta opinión, no se puede dar, ya que los primeros interesados en la existencia de estos son las entidades financieras de todo el mundo, ya que son el mejor reclamo para obtener la gestión de las grandes fortunas mundiales. Y si no lo creen, plantéense la siguiente cuestión. Llevamos tres grandes reuniones del G-20 para tratar la crisis en la que estamos inmersos (Washington, Londres y Pittsburgh). En todas ellas ha habido dos temas estrella en los que los países han fracasado estrepitosamente, la regulación mundial de los mercados financieros (todo sigue exactamente igual que hace 2 años y medio) y la regulación de los paraísos fiscales (algo se ha avanzado, pero siguen funcionando de manera más o menos impune).

Y eso que son los países más poderosos del planeta...

viernes, 18 de septiembre de 2009

Banca y ética ¿Dos palabras incompatibles?

Hablando con un buen amigo surgió el término que da título al post. "¿Banca y ética en la misma frase? Esos dos términos son incompatibles..." Sin lugar a dudas, su frase resume una creencia generalizada dentro de nuestra sociedad.

Sin embargo, ambas palabras son compatibles y dan lugar a un segmento de mercado que en Europa tiene cierta tradición, que desde hace unos años está implantada en nuestro país y que, poco a poco va haciéndose hueco.

La oferta de este tipo de entidades suele ser sencilla: nada de complejos productos estructurados, ni derivados... En la parte de ahorro, tan solo cuentas corrientes o de ahorro, depósitos y, como productos más arriesgados, certificados de deposito de acciones y, próximamente, fondos de inversión. En la parte de financiación, el único producto que se puede obtener es una tarjeta de crédito, eso sí, previa constitución de un depósito que garantice la linea de crédito otorgada por la entidad (cuando oí hablar de este trámite me pareció engorroso, aunque, si uno lo piensa bien, si todas las entidades financieras hubiesen echo lo mismo probablemente se hubiesen ahorrado algún que otro quebradero de cabeza, especialmente las fuerzas comerciales...). Los productos anteriormente señalados pueden ser contratados por cualquier persona, física o jurídica. Sin embargo, no son los únicos que comercializan estas entidades.

Aparte de las ya comentadas tarjetas de crédito, estas entidades poseen distintos productos para financiarse. Sin embargo, para poder acceder a ellos es necesario cumplir con la política ética de la entidad, lo que garantiza el carácter ético y social de estas entidades, garantizando, a su vez, la financiación a proyectos económicos viables, de carácter social, cultural o medioambiental. Este es quizás el punto que diferencia a estas entidades de sus competidoras más cercanas, las Cajas de Ahorro.

Las Cajas funcionan como lo hace cualquier banco, financiando todo tipo de proyectos y captando todo el capital que puede. Lo único que lo diferencia de los bancos es el destino de sus beneficios, ya que la parte que no refuerza sus fondos propios va destinada íntegramente a la obra social de estas entidades. En el caso de la banca ética, la entidad tiene ánimo de lucro y una base accionarial, lo que le obliga a generar beneficios. Pero esta generación de beneficios esta condicionada por la ética en la concesión de financiación, lo que implica no sólo un beneficio económico sino también un beneficio social.

En España, las entidades que participan en este segmento (siendo las más reconocidas Fiare, agente en España del italiano Banca Popolare Etica , y Triodos Bank, banco holandés líder europeo) tienen un gran reto por delante, que es el incrementar su visibilidad, si bien parten con unas buenas bases: por un lado, el no competir "cuerpo a cuerpo" con las grandes entidades, ya que no funcionan como el banco del día a día y están especializados en un segmento de la economía que las grandes entidades no tienen como prioridad; por otro lado, la calidad de los productos que ofrecen es buena, ofertando rentabilidades por encima del euribor, y tienen un potencial de desarrollo de productos bastante elevado, ya que cada vez existe una mayor concienciación respecto al destino que se le da a nuestro dinero.

Todo ello le otorga un futuro esperanzador a este segmento.